La Semana Santa ha venido a decaer en una semana de ocio y descanso. Y no es que sea una crítica, pues al fin, el ritmo de la vida moderna necesita de estos espacios de asueto.

Sin embargo, sería bueno tener presente el origen de estos días y el por qué del apelativo de Semana Santa. Como muy bien sabemos todos, son los días en que recordamos el gran drama y tragedia del Calvario, cuando la historia se detuvo en su estupor al contemplar cómo la humanidad daba muerte a su Dios hecho hombre; cómo ese Dios se entregaba totalmente por sus hijos y por sus hermanos, hasta el último aliento de su vida.

Bastaría con ese recuerdo, para en acción de gracias por esos días de descanso, los tomáramos con la lógica de Dios y con el espíritu de Jesús en la Cruz – que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida – dispuestos a ser generosos con los demás como Él fue generoso con todos nosotros muriendo con los brazos abiertos.

Vivamos bien estos días siguiendo a Jesús con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su Amor a todos, empezando con los de nuestra propia familia y con todos los hombres y mujeres que se crucen en nuestro camino.

“Lo que hicieron por uno de éstos, por Mí lo hicieron”. Pues las obras son más valiosas que las oraciones.